Texto y fotografías: Edith Filgueira

Puede suceder, aunque no es muy común, que se recuerde la forma de tocar un instrumento de alguien y no su nombre. Y puede suceder que, incluso por la forma de subir al escenario, se reconozca a un músico que ya se ha visto en otra ocasión y que uno cree que ha olvidado. Es el caso de la que escribe, que no sabe cómo ni cuándo -aunque intuye que fue en Pontevedra hace menos de un año- tropezó con el acompañante al contrabajo de Pablo Seoane, ayer por la noche, en el Filloa Jazz Club de A Coruña.

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José Manuel Díaz, nacido en cuba pero afincado en Galicia desde el 2009, es de esos que se quedan en el subconsciente. Y seguramente los asistentes al concierto de ayer no se hayan dado cuenta, pero el contrabajista se ha quedado en sus memorias.
Las dos horas de concierto que ofreció el dúo recuerdan a una conversación en la que ambos interlocutores son capaces de terminar la frase del otro y se complementan. Un diálogo en el que Seoane pregunta y Díaz responde.
En un recital como el de anoche el nombre del ciclo -Más que Jazz- se hace imprescindible. El ferrolano y el cubano tocan, más que jazz, una suerte de improvisaciones que sirven al público para sacudirse los remordimientos.
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No hablan. La comunicación entre ellos encima del escenario se basa en los golpes que el pianista se da en el pecho para marcar el ritmo. Y en los ojos del contrabajista, que mira a su compañero con alevosía.  Con la constancia de estar atentando contra el olvido de los asistentes.
En cuanto a Seoane, tiene la sensatez del buen músico -que comparte escenario para aprender y no para ejercer el papel protagonista- y unas manos que hilan con soltura.

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